¿Cuántas veces nos hemos encontrado con un
sentimiento de abandono, rechazo o malestar, después de enterarnos de que
nuestros amigos o familia no han contado con nosotros para un determinado plan?
El ostracismo, la conducta de excluir
socialmente a un individuo de un grupo, ha existido desde los más remotos
tiempos, y también presentes en especies no humanas.
La peculiaridad de su efecto, es que
afecta a todos por igual, aunque haya diferentes rasgos de personalidad, o se
presente de distintos modos. La respuesta emocional subyacente aparece rápidamente,
y casi siempre se relaciona con un aumento de estrés, una parcial pérdida de
autoestima y autocontrol y sentimientos de tristeza y enfado. A nivel cerebral
podemos relacionar el desarrollo de estos sentimientos, por una actividad en
los centros del dolor, específicamente, en la corteza cingular anterior dorsal.
No obstante, los rasgos de personalidad sí
que influyen en el modo de reacción, recuperándonos más rápido o no ante tal
situación. En otras palabras: en superarlo. Personas con ansiedad social y con
depresión, tienden a tardar más en recuperarse del ostracismo (William y col.
2006).
El ostracismo, responde a una exclusión
social generada por un comportamiento inadecuado: una persona que incumple una
norma (fumar en un lugar prohibido) es aislado por su mal comportamiento, y
como consecuencia, surgen los sentimientos de malestar anteriormente
comentados. De aquí surge una respuesta funcional: corregir el comportamiento
para volver a sentirse integrado en el grupo.
Kipling Williams y sus colaboradores realizaron
en el año 2000 una investigación en la que participaron 1486 sujetos
procedentes de 62 países para participar en un juego: el ciberbalón (un juego
de realidad virtual, en el que el sujeto cree que juega con otro humano, y que
puede tener dos respuestas. Una de juego participante, y otra de caso omiso al
jugador). Tras la partida, evaluaron el estado psicológico a través de un
cuestionario, y descubrieron que los sujetos “ciberexcluidos” manifestaban
niveles inusualmente bajos de pertenencia a un grupo, con la consecuente
aparición de sentimientos de malestar. El investigador llego a la conclusión de
que la exclusión, ya sea sutil, artificial o insignificante, puede provocar una
fuerte reacción emocional.
Para entender mejor la respuesta funcional
del dolor derivado del ostracismo, podemos indicar que la pertenencia a un
grupo constituye una necesidad, y que cuando se frustra, produce una dolencia
física y/o psicológica (Baumeister,
Leary 1995).
Como anteriormente he mencionado, los
sentimientos de malestar derivados del ostracismo, actúa en los mismos centros
del dolor, por lo que puede ser interpretado por nuestro cerebro de que el sentimiento
de abandono es un dolor físico. Para demostrarlo, Williams volvió a realizar
otra investigación donde pedía a 13 sujetos que jugaran al ciberbalón mientras
yacían en un escáner de imágenes por resonancia magnética (IRM). El escáner
registró una oleada de actividad en la corteza cingulada anterior dorsal,
región asociada con los aspectos emocionales del dolor.
Para volver a confirmar esta hipótesis,
escogió a 25 estudiantes y los dividió en dos grupos, en el que uno debía tomar
un analgésico, y otro un placebo. Después de jugar al “ciberbalón” los
participantes que tomaron analgésicos mostraron una menor actividad en la
corteza cingulada anterior dorsal que los participantes que tomaron el placebo.
Estos descubrimientos sugieren que el rechazo social y sufrimiento físico no
son sensaciones muy diferentes, y que comparten vías neuronales subyacentes.
¿Y cómo podríamos sobreponernos ante
situaciones derivadas al ostracismo?
Algunas sugerencias, pueden ser alejarse
de la situación para así evitar una respuesta agresiva, y distraerse para
superar el golpe, darnos mensajes a nosotros mismos para contrarrestar el golpe
sufrido en nuestra autoestima.
Por último, siempre podemos prevenir
situaciones como estas, evitando prejuicios, o hacer sugerencias a la hora de indicar un plan con nuestro grupo de amigos.
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