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¿Cuáles son los factores de riesgo de padecer Demencia?

Antes de comenzar explicando cuales son los diferentes factores determinantes que pondrían en población de riesgo de padecer demencia a una persona, vamos a describir lo que los estudios epidemiológicos entienden por “riesgo”. Entendemos por esta palabra, un concepto que describe una futura probabilidad de padecer una enfermedad en función de una exposición a un acontecimiento o sustancia en general, a nivel de población. De esta forma, decimos que dicha exposición puede incrementar o disminuir la probabilidad de padecer una alteración (Hughes and Ganguli, 2009).
Como señalan numerosas investigaciones, la patología de la demencia a nivel cerebral empieza a desarrollarse varios años antes de la aparición de los signos y síntomas característicos. Por ello los estudios epidemiológicos de las demencias deben de centrarse en las etapas más tempranas de la vida, para así poder evaluar los diferentes y numerosos factores de riesgo que pueden ser modificables. Identificar dichos factores pueden poner de manifiesto el gran potencial disponible que puede reducir de forma eficaz las consecuencias que derivan de las demencias en las décadas posteriores, a través de un abordaje centrado en la prevención primaria (Hughes and Ganguli, 2010).
Aguirre-Acevedo y sus colaboradores (2014) acuñan a introducir cambios en los estilos de vida, y de desarrollar o implementar intervenciones preventivas (Aguirre-Acevedo et al., 2014). En esta línea, Hughes and Ganguli señalan que la prevalencia de demencias como la Enfermedad de Alzheimer podría cuadruplicarse en los próximos 40 años de no desarrollarse intervenciones de carácter preventivo (Hughes and Ganguli, 2009). Siguiendo con las afrmaciones de los autores antes mencioados, Jurado, Mataró y Pueyo indican que se debe intervenir de forma preventiva sobre la salud cerebrovascular, debido a la comorbilidad que presenta la patología vascular con la Enfermedad de Alzheimer (entre un 60 y un 90%). 
No obstante, no todos los factores de riesgo pueden controlarse. Con motivo de poder informar sobre qué podemos hacer, y qué no podemos hacer, se ha hecho una subdivisión entre aquellos factores de riesgo no modificables, y aquellos que sí lo son.




FACTORES DE RIESGO NO MODIFICABLES
Entre estos factores se incluyen los factores genéticos, la edad, el sexo y la historia familiar. No obstante, estos parámetros no se clasifican dentro del mismo. Así, los factores genéticos se incluirían dentro de los "factores de riesgo determinantes"; mientras que el resto se encuadrarían dentro de los "factores de riesgo predisponentes". En el siguiente cuadro se representa de una manera más gráfica estos elementos:  

FACTORES DE RIESGO DETERMINANTES
Factores genéticos
Mutaciones genéticas. Importante tener en cuenta en la Enfermedad de Alzheimer de inicio precoz (35-55 años).
FACTORES DE RIESGO PREDISPONENTES
Sexo, edad e historia familiar
Su presencia aumenta el riesgo de desarrollar demencia. P. ej: la presencia del alelo ε4 en el cromosoma 19


FACTORES DE RIESGO MODIFICABLES

Aunque la enfermedad se presenta a nivel cerebral 20 años antes de su aparición, desde el mismo nacimiento ya podrían existir ciertos factores que empezarían a provocar consecuencias negativas en el rendimiento cognitivo. Así, la presencia de desnutrición fetal, un bajo peso al nacer y/o no ser amamantado en los primeros meses de vida podría conducir a patologías vasculares como diabetes, atereoesclerosis, hipertensión arterial o colesterol, que están relacionados con la Enfermedad de Alzheimer. Asimismo, se señalan otra serie de variables acaecidas en la primera infancia, relacionadas con el desarrollo cognitivo, acceso a la educación, así como una baja estimulación medioambiental, que podrían retardar el desarrollo del cerebro, la inteligencia y el rendimiento cognitivo. Estos factores podrían incrementar el riesgo de demencia (Hughes and Ganguli, 2009). 
De forma general, vamos a explicar cuáles son aquellos factores de riesgo que pueden ser modificables en las diferentes etapas de la vida.

DETERIORO COGNITIVO LEVE
El deterioro cognitivo leve (DCL) es considerado como una constructo intermedio entre el envejecimiento normal y la demencia, en la que existen quejas subjetivas de fallos en la memoria que se demuestran mediante pruebas neuropsicológicas, pero que no alteran el funcionamiento de las actividades de la vida diaria (Mías, Sassí, Masih, Querejeta y Krawchik).
Para algunos autores, la presencia de DCL se trata de un factor de riesgo para desarrollar una demencia en los meses posteriores. La detección de este estado es muy importante, pues que una persona presente DCL no indica que vaya a sufrir demencia en un 100% de los casos (Pérez-Martínez, Baztán, González-Becerra y Socorro, 2005). 

DIABETES MELLITUS
En especial el subtipo II, incluye una serie de alteraciones metabólicas que como consecuencia provoca una serie de defectos como la secreción de insulina o la intolerancia a la glucosa. Estos factores parecen estar relacionados con la presencia de demencia (Ministerio de Sanidad y Consumo, 2008). En este sentido, existen tres procesos interrelacionados entre sí que favorecen a la aparición de la demencia (Hughes and Ganguli, 2010):
-  Lesión vascular cerebral que puede dar lugar a la isquemia cerebral.
- Alteración del metabolismo de las proteínas AB y TAU, que último término lleva a la formación de placas seniles y ovillos neurofibrilares (muy presentes en cantidad en la Enfermedad de Alzheimer).
- Aumento de factores inflamatorios.

OBESIDAD
Diversos autores han demostrado que este factor está íntimamente relacionado con variables como la hipertensión arterial, el colesterol alto o la diabetes mellitus, e incluso con una afectación en el rendimiento cognitivo (Hughes and Ganguli, 2009; García y Villalobos, 2012). De manera más detallada, Toledo (2011) señala especialmente que sufrir obesidad en edades medias de la vida es un factor de riesgo para desarrollar enfermedades neurodegenerativas como la Enfermedad de Alzheimer o la Demencia Vascular. En este sentido, el investigador afirma que en la etapa subclínica de la enfermedad (unos 10 años antes de la aparición de la sintomatología de la demencia) aparece una notable pérdida de peso (Toledo, 2011; Gutiérrez et al., 2011), que podría estar asociado a la leptina, una hormona que tiene un efecto neuroprotector al eliminar los depósitos de proteína beta-amiloide. En este sentido, Gutiérrez y sus colaboradores (2011) indican que las personas que padecen obesidad tienen unos niveles de leptina más bajos que las personas que no la sufren (Gutierrez et al., 2011). 

CONSUMO DE TABACO
Existe mucha controversia en la literatura acerca del papel del tabaco y su relación con la aparición de demencia. Nos vamos a centrar en las aportaciones de López y García (2004) y de Fabián y Cobo (2007). El primer autor indica especialmente una investigación realizada por el Honolulu Heart Program, que realizó un seguimiento de 8000 hombres nacidos entre 1900 y 1919. Se encontró que los fumadores de intensidad media presentaban un mayor riesgo de desarrollar demencia que los fumadores de intensidad bajo o alta. Los investigadores que llevaron a cabo este estudio argumentaron que este hallazgo no pone en entredicho la relación dosis-respuesta, debido a que el grupo de los fumadores de intensidad alta presenta una mayor mortalidad, por lo que en el momento de realizar el examen comparativo, los participantes de este grupo no sobrevivieron (López y García, 2004).
Por otra parte, el tabaco presenta relaciones con otras variables como la hipertensión arterial o el colesterol alto, variables que tienen estrecha relación con la acumulación de proteína beta-amiloide en el cerebro. Así, Fabián y Cobo (2007) afirman que las personas que fuman, padecen hipertensión arterial y presentan colesterol alto, tienen una probabilidad dos veces y medio mayor de padecer demencia (Fabián y Cobo, 2007).

ESTADO CIVIL Y RELACIONES SOCIALES
 Debemos tener en cuenta que al referirnos a las relaciones sociales, nos referimos a apoyo social como variable de integración de una persona en un colectivo. Así, en un principio se deduce que a mayor cantidad de relaciones sociales, mayor será también el grado de integración y participación social. Sin embargo el número de personas con las que interactuamos a diario no tiene por qué reflejar fielmente los recursos sociales de que dispone el individuo. Es decir, lo importante no es cantidad de relaciones sociales, sino su calidad (Pinazo, 2005).
Las investigaciones realizadas apuntan que aquellas personas que pasan más tiempo en soledad tienen más riesgo de desarrollar una demencia. Otros autores apuntan a otra variable: la satisfacción personal con las relaciones interpersonales. En este sentido, se asocia que una percepción negativa de las relaciones sociales se asocia con una peor calidad de vida, y a su vez, con un cierto riesgo de desarrollar demencia (Menéndez, Martínez, Fernández y López-Muñiz, 2011; Lucas-Carrasco, Peró y March, 2011)

SUEÑO
La relación sueño-aparición de demencia ha sido estudiada tanto por su exceso como por su déficit. Investigadores de la Universidad de Washington apuntan a la existencia de una proteína llamada orexina, implicada en el ciclo sueño-vigilia. En este sentido, se señala que tanto un exceso de sueño, como un déficit podrían contribuir a un aumento de la acumulación de proteína Beta-amiloide y por lo tanto, a un mayor riesgo de desarrollar en el futuro una demencia tipo Alzheimer (Kang et al., 2009; Menéndez et al., 2011). De manera detallada, los trastornos del sueño podrían jugar un rol determinante en el desarrollo de las enfermedades neurodegenerativas, ya que podrían desencadenar un proceso fundamental que conduce a la neurodegeneración (Kang et al., 2009; Menéndez et al., 2011).

 DEPRESIÓN
La presencia de depresión en personas mayores es considerada por varios autores como otro factor de riesgo a desarrollar trastornos cognitivos, puesto que también se ha asociado a una peor calidad de vida en comparación con aquellas personas que no padecen estos episodios de carácter depresivo (Lucas-Carrasco, Peró y March, 2011). De hecho, son varios autores los que afirman que la depresión podría ser el mayor problema psicopatológico que afecta a la población de la tercera edad, apareciendo alguna sintomatología depresiva en torno al 15% de la población mayor de 65 años (Izquierdo, Fernández, Sitjas, Elias y Chesa, 2003).

AUSENCIA DE DIETA SALUDABLE
En lo referente a la dieta, podemos indicar que aquellas personas que no llevan a cabo una dieta equilibrada, podrían tener un mayor riesgo de sufrir demencia, ya que estas personas potenciarían una serie de conductas sedentarias.
La variable que ha recibido apoyo empírico ha sido el consumo de carolías. Barranco y sus (2005) colaboradores apuntan que en los países donde el consumo de calorías es menor (China y Japón) se presentan una incidencia menor de Enfermedad de Alzheimer que en la de otros países donde la ingesta calórica es mayor. Mattson (2003), hipotetiza que unos niveles bajos calóricos, previene el daño en los vasos cerebrales, el estrés oxidativo y la acumulación de proteína Beta-amiloide (Mattson, 2003, citado en Barranco-Quintana, Allam, Del Castillo y Navajas, 2005). 


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Aguirre-Acevedo, D., Henao, E., Tirado, V., Muñoz, C., Giraldo, D., Lopera, F. y Jaimes, F. (2014). Factores asociados con el declive cognitivo en población menor de 65 años. Una revisión sistemática. Revista colombiana de Psiquiatría; 43 (2): 113-122.
Barranco-Quintana, J.L., Allam, M.F., Del Castillo, A.S. y Navajas, R. F.-C. (2005). Factores de riesgo de la Enfermedad de Alzheimer. Revista Neurología; 40 (10): 613-618. 
Fabián, M.G. y Cobo, C. (2007). Tabaquismo y diabetes. Revista del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias Ismael Cosío Villegas; 20 (2): 149-158.
García, T. y Villalobos, J.A. (2012). Malnutrición en el anciano. Parte II: obesidad, la nueva pandemia. Medicina interna de México, 26 (2): 154-161.
Hughes, T. y Ganguli, M. (2010). Factores de riesgo de demencia en la vejez modificables en las etapas medias de la vida. Revista Neurología; 51 (5): 259-262.

Hughes, T. and Ganguli, M. (2009). Modifiable Midlife Risk Factors for Late-Life Cognitive Impairment and Dementia. Psychiatry, 5(2): 73-92.
Izquierdo, M., Fernández, E., Sitjas, M., Elias, M. y Chesa, D. (2003). Depresión y riesgo de demencia. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, (87): 31-52.
Jurado, Mª. A., Mataró, M. y Pueyo, R. (2013). Neuropsicología de las enfermedades neurodegenerativas. Madrid: Editorial Síntesis.
Kang, J.-E., Lim, M.M., Bateman, R.J. Lee, J.J., Smyth, L.P., Cirrito, J.R., Fujiki, N., Nishino, S. y Holtzman, D.M. (2009). Amyloid-β Dynamics are regulated by Orexin and the Sleep-Wake Cycle. Science 326: 1005-1007. 
López, V. y García, J.C. (2004). Tabaco y enfermedad cardiovascular. Adiciones; 16 (2): 101-113. 
Lucas-Carrasco, R., Peró, M. y March, J, (2011). Calidad de vida global en personas con demencia. Revista neurología; 52 (3): 139-146.
Menéndez, M., Martínez, M., Fernández, B. y López-Muñiz, A. (2011). Estilo de vida y riesgo de padecer demencia. Archivos de Medicina; 7 (3): 1-7.
Mías, C.D., Sassi, M., Masih, M. E., Quejereta, A. y Krawchik, R. (2007). Deterioro cognitivo leve: estudio de prevalencia y factores sociodemográficos en la ciudad de Córdoba, Argentina. Revista Neurología 44 (12): 733-738.
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Pérez-Martínez, D. A., Baztán, J.J., González-Becerra, M. y Socorro, A. (2005). Evaluación de la utilidad diagnóstica de una adaptación española del Memory Impairment Screen de Buschke para detectar demencia y deterioro cognitivo. Revista Neurología, 40 (1): 1-5.
Toledo, J. (2011). Epidemiología descriptiva y analítica de la Enfermedad de Alzheimer. Revista Alzheimer; 41: 16-23.

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